¿Qué es el ser humano?

 



Tras la reflexión sobre el problema de la realidad, a la que hemos dedicado el segundo bloque (y el más extenso) del curso, nos ocupamos ahora de la segunda de las preguntas filosóficas fundamentales: la pregunta por el ser humano, a la que dedicaremos el tercer bloque. 

¿Qué somos los seres humanos, qué pintamos en el mundo, qué sentido tiene nuestra vida? Fijaos que en relación con esta pregunta somos a la vez los investigadores y el tema de investigación. Los viejos filósofos griegos decían que no hay conocimiento más importante que el conocimiento de uno mismo (γνῶθι σαυτόν -- gnóthi sautón --). Dado que, como dijimos al final del bloque anterior, todo lo real pasa a través de la mente humana, quien conoce lo humano lo conoce todo.

Sofonisba Anquissola

La rama de la filosofía que se ocupa del problema de lo humano es la antropología filosófica, que se diferencia de la antropología cultural, física y otras, porque aquella se ocupa de la pregunta por la esencia o forma de lo humano y de sus características y propiedades universales, mientras que el resto de las antropologías se ocupa de aspectos parciales y observables a partir de una definición ya dada de lo que es lo humano mismo.

A la pregunta filosófica por lo que es el ser humano hay dos grandes maneras de intentar responder, dos enfoques antropológicos que, además, se pueden poner en relación con los dos enfoques que hemos tratado al afrontar el problema de la realidad. Así, tal como en el tema anterior hablábamos de ontologías o metafísicas materialistas e idealistas (o formalistas), ahora vamos a hablar de antropologías materialistas y espiritualistas. Ambas clasificaciones coinciden, como mínimo, en que los enfoques materialistas son inmanentistas (lo real es lo sujeto al espacio-tiempo) y los idealistas y espiritualistas son trascendentalitas (lo real es independiente del espacio-tiempo).

Las antropologías materialistas conciben al hombre como un ser fundamentalmente biológico y cultural. Desde su perspectiva somos no más que animales sociales. La antropología materialista puede dividirse, a su vez, en “naturalismo antropológico” y “culturalismo antropológico”, corrientes que, a menudo, se complementan.


Para el naturalismo antropológico) toda conducta humana debe poder explicarse en función de leyes naturales (físicas, químicas, biológicas y psicológicas); incluso la conducta social y cultural obedecería a leyes puramente biológicas (pues desde esta perspectiva la sociedad y la cultura son también fenómenos naturales propios de animales sociales como el hombre). Desde este punto de vistas, los seres humanos no somos más que animales, todo lo complicados que queráis, pero animales. O dicho de otra manera: un cuerpo con un cerebro hipertrofiado cuya principal función es informarnos, a través de las sensaciones, de cómo es el mundo al que tenemos que adaptarnos para sobrevivir y reproducirnos.


Para el culturalismo antropológico muchas conductas humanas (la forma de adornarse, los rituales religiosos, las creencias de todo tipo…) solo parecen explicarse desde leyes, reglas, normas, patrones de conducta socio culturales e históricos (es decir: no genéticamente heredados, sino aprendidos). Así que el hombre sería una mezcla entre lo natural (común a la especie) y la cultura en que se ha educado (distinta para cada sociedad y época), siendo la cultura el componente esencial para definir lo humano. Un caso que parece confirmar esta idea es el de los llamados “niños salvajes”: niños que han sido criados accidentalmente por animales y que, carentes de una “cultura” humana, no parecen ser capaces de comportarse, en ningún sentido esencial, como seres humanos (empezando por el lenguaje que utilizan, que al no ser humano, sino el propio de la especie animal que los ha adoptado, no parece que les permita “pensar como seres humanos”).

La perspectiva materialista presenta no obstante muchos problemas y cuestiones a resolver:

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        ¿Hay algo en ti que no obedezca en el fondo a los mismos mecanismos y leyes biológicas que dirigen la conducta de los monos o los abejorros? ¿Eres un animal o no? ¿Qué puedes hacer que no pueda llegar a hacerlo un animal (aunque sea en un grado mínimo)?

-          ¿Y qué nos diferencia esencialmente de una máquina inteligente (tal como un ordenador de última generación)?

-          ¿Cómo explicar la conducta moral desinteresada? Imaginaos un técnico nuclear que se encuentra en el dilema de sacrificar su vida para evitar que la radiación acabe con una ciudad entera, o una persona en huelga de hambre, o alguien que decide morir antes que delatar a sus compañeros… ¿No se está actuando aquí contra el instinto de supervivencia?... Y sí, además, hiciéramos todo esto sin que nadie conociera que lo hemos hecho, de forma completamente anónima. ¿No estaríamos contrariando ahora el objetivo de nuestra naturaleza social o cultural: adquirir prestigio, poder, etc.?

-          ¿Cómo reducir la fenomenología mental a neurología?

-          ¿Cómo entender la identidad personal? ¿Puedo bañarme dos veces en el mismo río? ¿Dónde reside realmente nuestra identidad, en el cuerpo o en la mente?

 


Para las antropologías espiritualistas, los seres humanos nos caracterizamos como personas libres (morales) y racionales. Desde esta perspectiva, el ser humano tendría una esencia o forma trascendente (el alma) y estaría determinada por principios morales y por ideas cuyo valor y verdad rigen más allá del espacio y el tiempo. La antropología materialista puede dividirse, a su vez, en “personalismo antropológico” y en “racionalismo antropológico”, corrientes que, a menudo también, se complementan.

Para la primera, el hombre se caracteriza (y se diferencia de los animales y las máquinas) por ser capaz de comportarse contraviniendo sus instintos (las leyes biológicas) e incluso las normas de su cultura, autodeterminándose por principios morales; por ejemplo cuando sacrifica su vida por una idea (incluso de forma anónima, sin obtener reconocimiento ni prestigio social por ello) o cuando se opone a las costumbres de su sociedad. Parece que, en estos casos, su conducta está guiada por leyes o principios morales distintos tanto de las leyes naturales como de las leyes o pautas culturales. El hombre sería, pues, de forma distintiva, un ser libre y moral, capaz de moverse por principios incluso por encima de sus intereses biológicos y su educación cultural.


Para la segunda corriente (a la que podríamos llamar racionalismo antropológico), lo que caracteriza al ser humano es el tipo de conducta que busca el conocimiento, la verdad, más allá de que esto sea o no útil para la supervivencia, la reproducción, etc., más allá de las creencias particulares de cada cultura, y más allá de las leyes o principios morales (pues estos mismos sólo pueden basarse en el conocimiento de lo que es verdaderamente bueno y justo)…

En ambos casos, el espiritualismo asume que el ser humano es, fundamentalmente, una entidad trascendente, ideal, espiritual, y que se expresa más o menos accidentalmente en el cuerpo. Este carácter trascedente justificaría la identidad personal, más allá del espacio y el tiempo, el supuesto moral de la libertad (algo que supone escapar de la naturaleza determinada y mecánica de lo inmanente) y el acceso a un conocimiento que igualmente se estima como trascendente al espacio y al tiempo.  


Ahora bien, la perspectiva espiritualista también presenta múltiples cuestiones y problemas a resolver, ante todo dos:

- La naturaleza trascendente del S.H justificaría la identidad personal, el supuesto moral de la Libertad o el acceso a verdades igualmente trascendentes (independientes del espacio-tiempo), pero ¿en qué consiste esa naturaleza? ¿En qué sentido podemos decir (sin abandonar el ámbito racional) que existe algo así como el “espíritu”?

- ¿Cómo relacionar el espíritu con el cuerpo, la mente con el cerebro, la Libertad con la naturaleza, la verdad con el conocimiento (siempre perspectivo) humano?...

 

 


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